Me subí a un
taxi rumbo a la Estación Central del Ferrocarril y cuando íbamos por el carril
de la derecha, por poco nos estrellamos con un carro que así de repente y de la
nada salió como bólido de donde estaba estacionado.
El conductor del
taxi en que iba alcanzó a frenar a todo lo que daba, el taxi se derrapó y por
un pelo de rana casi le pegamos al auto que quedó frente a nosotros.
Después de esto,
el conductor del OTRO auto, el tipo que casi causó el accidente, asomando la
cabeza por la ventanilla comenzó a gritarnos una cantidad horrible de insultos
y majaderías.
Todavía
recuperándome del susto, lo que acabó de sacarme de mis casillas fue la actitud
del chofer de mi taxi, quien en forma extremadamente amistosa y cortés le
sonreía y saludaba con la mano al conductor del otro auto.
Yo estaba
furioso y confundido, pero no me quedé con las ganas y le pregunté al chofer de
mi taxi que por qué se ponía a sonreír y saludar al tipo que casi nos hizo
chocar, arruinar su taxi y posiblemente hasta enviarnos al hospital.